No os inquietéis por vuestra vidaPor lo que habéis de comer o de beber...Mirad las aves del cielo...Vuestro Padre celestial las alimentaBien sabe vuestro Padre celestialQue de todo esto tenéis necesidad
(Mt 6,25 s)
Todos tenemos momentos difíciles. Esos momentos son la piedra de toque para demostrar la fidelidad a la palabra de Dios. La dificultad mayor no consiste en lo que llamamos dificultades, sino en nuestra postura interna de rebelión que va contra el amor. Aun en estos momentos difíciles hemos de reaccionar amando. Al fin y al cabo nadie nos puede quitar lo mejor: la posibilidad de amar de la mejor manera posible. A veces nos afanamos con ansias incontroladas, aun por cosas buenas, lo malo no son las cosas buenas que intentamos, sino la manera como las buscamos. Buscando fines buenos, también se pueden atropellar los derechos de los demás. Para moderar esos deseos, que parecen tan santos, ayudan las dificultades. En ellas aprendemos a recordar que nuestro Padre celestial tiene más interés que nosotros en nuestro bien.
Dios lo sabe todo. Su saber no es el del espectador pasivo ante un suceso. Su saber es el saber de Dios amor que toma parte en nuestra historia. El sabe de nuestra preocupaciones por la salud de nuestros hijos, por la educación, por los sacrificios a la hora de comprar una casa o las angustias frente a la perdida del trabajo. Dios respeta nuestra libertad quiere que seamos nosotros quienes nos construyamos nuestro destino, pero quiere también que tengamos tiempo para Él. ¿Nos damos tiempo para Él? Él hace que ninguna circunstancia nos pueda estorbar verdaderamente. A Él no se le escapa nada. Las injusticias de los demás no son más que el cerrarse un camino que no es el mejor para nosotros. Si se cierra una puerta en nuestra vida, es señal que se abre otra mejor en algún momento para poder amar de la mejor manera posible.. Lo más difícil de todo esto es comprender que a nuestro Padre, Dios, no se le escapa ningún detalle de nuestra vida Comprender esto, o hacer un gran acto de fe cuando parece lo contrario, es fiarse de Dios, cerrar los ojos en manos del Padre. Por eso damos tanta importancia a la filiación, a ese sentirse niño porque en nuestra vida se cerrarán muchas puertas y para esos momentos hemos de estar preparados.
Queremos proponer que en vuestro tiempo de oración, que os pongáis frente a la Cruz y meditéis respecto a ella Esta cruz no se trata de un Cristo muerto, sino de un Cristo vivo. Un Cristo que tiene sus brazos abiertos, no como último gesto de la muerte, sino como el primer gesto del abrazo fraterno, del abrazo del amor.. Un Cristo que abraza y crea camino, un Cristo que tiene a María junto a él permanentemente. Que su mirada y su corazón están dirigidos al Padre y a su plan en nuestra vida y que esta lleno del Espíritu Santo. Reconocer la cruz, es reconocer que el camino del cielo, es un camino que pasa por la cruz como única opción. Pero el que acepta la cruz, para el que muere en la cruz como Jesús, no hace ni un gesto de violencia, se entrega a la violencia, no camina sembrando violencia, camina en la paz. Construye paz en la vida de los hombres , en su vida cotidiana. Edifica la paz en la vida de los hombres.
Esta Cruz refleja el ideal de imagen de la vida esponsal, de la vida familiar. Cuantas veces uno esta en la cruz y el otro junto a la cruz. Unas veces la esposa esta en la cruz y el esposo junto a la cruz, cuántas veces un hijo está en la cruz y los padres junto a esa cruz y es que no hay (cruz) sin resurrección. Vive presente entre nosotros, de manera invisible. Quien encuentra a Cristo, lo da a conocer a los demás, de otra manera, sería señal de que uno no le ha encontrado. Vivir en nosotros la vida de Cristo es un anuncio que Cristo ha resucitado . “ He visto al Señor”. Esto hemos de decir con nuestras vidas, si no, no lo creerán. Todo esto lo tenemos que meditar, que vivir profundamente y agradecer que Cristo y María nos quieran tanto.
Rafael Muñoz Moser
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