El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y profesamos su divinidad cuando rezamos en el Credo: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria". Hemos de creer, pues, en Dios Espíritu Santo.
BALEN,
Hendrick van. La Santísima Trinidad,
hacia 1620, Amberes, Sint-Jacobskerk
La santificación que el Espíritu Santo obra en nosotros consiste en unirnos cada vez más con Dios; pero, para que pueda lograrlo, hemos de dejarle actuar en nuestra alma.
Viviendo siempre en gracia de Dios.
Recibiendo los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía.
Escuchando lo que Él nos dice por medio de los Pastores de la Iglesia y las inspiraciones interiores.
Al Espíritu Santo hemos de pedirle de modo especial sus siete dones, necesarios para vivir de verdad como cristianos:
El don de sabiduría.
El don de entendimiento.
El don de consejo.
El don de fortaleza.
El don de ciencia.
El don de piedad.
El don de temor de Dios.
Algunas oraciones dirigidas al Espíritu Santo:
«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».
«En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».
«Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz».
BERNINI,
Cátedra de San Pedro (detalle), 1657-1666,
Basílica de San Pedro, Roma
Un propósito para avanzar
Considera que, cuando se está en gracia, el Espíritu Santo habita en el alma como en un templo; haz propósito de vivir siempre en gracia de Dios.
Repite, especialmente en torno a la fiesta de Pentecostés, algunas de la oraciones dirigidas al Espíritu Santo.
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